Comentario
Desde 1863, los demócratas y progresistas puros se retraen de la vida pública. Actitud que corresponde a la desazón de los progresistas, que deciden no presentarse a las elecciones por la insuficiente libertad en la campaña electoral y, en definitiva, por la disposición de Isabel lI a la que consideran un obstáculo insalvable para llegar al gobierno. Era el anuncio de que volvían a optar por el pronunciamiento como medio para obtener el poder.
El gobierno de O'Donnell (junio de 1865 a julio de 1866) intentó atraerse a los progresistas con una nueva ley electoral pero no lo consiguió. Por el contrario, tuvo que hacer frente al pronunciamiento de Prim (enero de 1866) y al levantamiento del Cuartel de San Gil (junio de 1866). En todo caso, su desacuerdo con la reina condujo a un nuevo gobierno de Narváez (julio de 1866 a abril de 1868) que no sólo no consiguió acercar a los progresistas sino que llevó al alejamiento de los unionistas a los que impidió manifestar su desacuerdo en las Cortes al proceder a la disolución de éstas.
En agosto de 1866 se reúnen demócratas y progresistas y llegan al pacto de Ostende, por el que se comprometen a derrocar a Isabel II, tras lo que se elegiría por sufragio universal masculino una Asamblea constituyente que decidiría sobre la forma de gobierno monárquica o republicana. Los unionistas, a la muerte de O'Donnell en 1867, bajo la dirección del general Serrano se unen al Pacto de Ostende si bien con la condición del respeto por la forma monárquica. Se advierte una pérdida de prestigio de la monarquía como institución, acentuada por lo que se refiere a la persona de Isabel II. La soberana, con sus arbitrariedades, se granjea antipatías y se va quedando sola, con su camarilla cortesana, alejada de la clase política. Su apoyo queda reducido a los moderados y no a todos. La muerte del propio Narváez en 1868 deja aún más sola a la reina. Demócratas, progresistas y unionistas se alían para cambiar la situación. La crisis económica que sufre España desde 1864 era un buen fermento de la revolución. Termina el período con un gabinete presidido por Luis González Bravo (abril a septiembre de 1868) quien acude cada mañana a su despacho por inercia, mientras dure, a la espera inminente de un golpe de Estado.